Cuando escribí el artículo sobre los libros que cambiaron la Historia del arte, me acordé de que, en varias ocasiones, personas vinculadas a la enseñanza de la Historia del arte en enseñanzas medias (profesoras y, sobre todo, opositoras), me han trasladado lo ajenas que les resultan la historiografía y la teoría del arte, a pesar de ser una herramienta fundamental para la comprensión de las obras de arte y de la propia disciplina.
Anteriormente ya había escrito otro artículo con recomendaciones de lecturas para acercarse a la Historia del arte. Tras la buena recepción de ambos y vuestra petición de profundizar en alguna de las obras planteadas, he escogido la obra de Wölfflin por su facilidad de comprensión y lo sugerente de sus aportaciones que, aun estando en cierto modo superadas, siguen siendo un referente ineludible para el estudio de la evolución de las formas artísticas.
En definitiva, puesto que lo prometido es deuda, aquí os dejo una breve explicación de los pares de conceptos que, según Wölfflin, regirían el tránsito de la estética renacentista a la estética barroca y que, tras la publicación de la obra, fueron usados en aplicación a otros períodos artísticos por numerosos historiadores del arte.
¡Qué lo disfrutes!
Wölfflin y el formalismo
Heinrich Wölfflin fue un historiador del arte suizo que vivió entre 1864 y 1945, conocido como uno de los máximos representantes del formalismo. Otros conocidos historiadores del arte, como Focillon, Croce o Venturi, también pertenecieron a esta corriente.
El formalismo es una de las corrientes metodológicas históricas más importantes de la Historia del arte. En línea con la estética kantiana, se basa en la consideración de la experiencia estética como una experiencia de lo formal, alejándose así de las concepciones idealistas de raíz hegeliana que la definían en relación al espectador.
En la práctica, el formalismo considera que la comprensión e interpretación de la obra de arte depende, únicamente, de sus elementos formales, es decir, cuestiones como la luz, el color, la perspectiva, la composición, etc.
¿Te suena de algo?
Todavía a día de hoy, el análisis formal es, tras la clasificación y la ficha técnica, el primer apartado de todo buen comentario histórico- artístico.
Conceptos fundamentales de la Historia del arte, de Heinrich Wölfflin
Tras ubicarnos con Wölfflin y el formalismo, vamos allá con su obra más conocida.
En el artículo sobre libros relevantes a nivel historiográfico ya os había comentado que, seguramente, hayáis estudiado a Wölfflin aunque no lo sepáis. Cuando nos iniciamos en el estudio del arte de la Edad Moderna, a menudo diferenciamos el Renacimiento y el Barroco a través de nociones contrapuestas.
Wölfflin publicó Conceptos fundamentales de la Historia del arte en 1915. En la obra aborda el estudio del arte de los siglos XVI y XVII desde una óptica estrictamente formal, estableciendo una serie de conceptos que, como ya os expliqué anteriormente, constituirían los principios básicos de la percepción de la obra de arte y, por tanto, de la experiencia estética derivada de ella. Estos conceptos aparecerían en pares contrapuestos y, con su evolución, marcarían el paso de la estética clásica renacentista a la barroca.
Veamos cuáles son.
Estilo lineal versus estilo pictórico
El primer par de conceptos es, seguramente, el que más familiar resulta a la mayoría de la gente. Seguramente, incluso has utilizado las expresiones “predominio de la línea” y “predominio del color”.
Wölfflin señala que, mientras que la pintura renacentista define sus formas en base al dibujo, la barroca lo hace en base al color o mancha. La diferencia es fácilmente identificable a partir de los ejemplos de Durero y Rembrandt; mientras en el primero los trazos se perciben con nitidez y conforman el contorno de la forma, en el segundo esta se consigue mediante la aplicación de color, sin línea de delimitación.
En resumen, y parafraseando al propio autor, mientras el Renacimiento ve en líneas, el Barroco ve en masas.
Superficial versus profundo
El segundo par de conceptos que Wölfflin pone en marcha para la diferenciación entre el arte renacentista y el barroco es el de superficial versus profundo. En este caso, el autor se refiere al tratamiento espacial por el que se opta en el plano pictórico.
El autor señala que, a diferencia del arte clásico o renacentista, que dispone las diferentes figuras o elementos que componen la composición en planos o capas, el arte barroco tiende a resaltar la relación de estas entre ellas y con el espacio circundante. Según él, esto sería consecuencia de la pérdida de valor del contorno ya que “desvalorizar el dibujo conlleva desvalorizar el plano”. Así, mientras el arte renacentista opta por la utilización de las formas planas y los puntos de fuga centrados en el plano, el arte barroco priorizará la penetración visual mediante la inclusión de puntos de fuga laterales, diagonales, contorsiones, etc.
Forma cerrada versus forma abierta
En línea con lo anterior, el tercer par de conceptos de Wölfflin contrapone forma cerrada y forma abierta, en referencia a la composición y los recursos a través de los cuales se llega a ella.
Partiendo de la base de que la obra de arte es, en sí misma, un conjunto cerrado, el arte renacentista conforma la imagen de manera que se presenta cerrada en sí misma, refiriéndose todas sus partes al propio conjunto. Por el contrario, el barroco utiliza de forma recurrente la forma abierta, siendo habitual que el conjunto o sus elementos aparezcan desprovistos de límites o aludan a algo externo a sí mismos.
Pluralidad versus unidad
La cuarta contraposición es la de pluralidad y unidad o, como también la refiere el autor, unidad múltiple versus unidad única, y aborda la relación entre el todo y las partes. En este caso, el paso de la estética clásica imperante en el siglo XVI a la barroca del XVII se daría a través de un diferente articulado de las formas, primando la función autónoma en la primera y la fluidez (infinita, señala el autor) en la segunda, en cuyas composiciones aparecería un motivo total dominante.
De esta manera, el estilo clásico lograría su unidad a través de la articulación de partes que se presentan como independientes, mientras que el barroco anula esa independencia en aras de un motivo unificado y unificador de manera que, mientras en el primer caso hay coordinación entre las partes, en el segundo hay subordinación a la idea global.
Wölfflin señala que, en la práctica, esta unidad se puede plasmar bajo muchas formas: el color, la iluminación la composición, etc.
Claridad absoluta versus claridad atenuada
La última contraposición que establece Wölfflin es la de claridad absoluta y claridad relativa, o lo claro versus lo indistinto. Con esta diferenciación, el autor pone el foco en la diferente claridad temática entre los estilos clásico y barroco; así, mientras en el Renacimiento el tema de la obra se muestra de manera explícita y nítida, el Barroco moviliza multitud de recursos pictóricos y simbólicos para atenuar dicha claridad de forma que, aunque el motivo no se sustrae completamente al espectador, este encuentra algún tipo de escollo o dificultad para la percepción del mismo. En este sentido, es muy conocida la costumbre barroca de utilizar espejos para mostrar la escena principal, o la ubicación de esta en un segundo plano que requiere una contemplación calmada de la obra para reconocer su tema.
En definitiva, con su libro Conceptos fundamentales de la Historia del arte, el historiador del arte suizo Heinrich Wölfflin realizó una contribución de gran magnitud al análisis de las estéticas clásica y barroca.
Komentáře