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Foto del escritorLucía Montejo

El beso en el arte: celos, traición y muerte

La representación del amor ha sido una constante del arte occidental desde, al menos, la Antigüedad. Desde alegorías a representaciones mitológicas, pasando por narraciones de corte histórico, religioso o moralizante, el amor en sus diferentes manifestaciones aparece de forma explícita o implícita en multitud de obras de todos los tiempos. Entre estas, el beso ocupa un lugar de honor como símbolo de unión, devoción, respeto o gratitud, como en el caso de El beso de Gustav Klimt.


Sin embargo, el beso aparece también en multitud de ocasiones como emblema de bajas pasiones, celos, traición o ira, pudiendo presentarse también vinculado a la muerte como, por ejemplo, en escenas funerarias.

El beso de la muerte, Poblenou, Montjuic
El beso de la muerte, cementerio de Poblenou

La relación entre el beso y la muerte puede mostrarse bajo diferentes manifestaciones; así, el arte funerario puede presentar escenas de amor a modo de despedida, como en el relieve del beso de Osuna, obra ibérica de carácter funerario datada entre los siglos III y II a.C., o demostraciones de cariño previas a la muerte del personaje principal, interpretación sostenida por algunos autores para el conocido como beso de Favila del monasterio de San Pedro de Villanueva (actual Parador de Cangas de Onís), del siglo XIII, según la cual la escena representaría al rey asturiano despidiéndose de su esposa Froiluba antes de partir a la cacería en la que habría perdido la vida tras un enfrentamiento con un oso según la narración de la Crónica rotense de Alfonso III (quienes sostienen esta interpretación lo hacen basándose en los relieves anexos, en los que se puede ver al mismo personaje luchando con un oso). Sin embargo, la relación más directa entre estos dos ámbitos la podemos encontrar en las escenas en las que es la propia muerte quien, bajo la figura de un ángel alado y con su beso, aspira el último aliento vital del protagonista. Un ejemplo destacado de esta iconografía la encontramos en El beso de la muerte del cementerio de Poblenou, en Barcelona, obra de 1930 de autoría discutida, donde el ángel es sustituido por un esqueleto alado.



Osculum infame, Compendium maleficarum
Osculum infame, Compendium maleficarum

También en el plano religioso encontramos ejemplos de besos no relacionados con el amor. Tal es el caso del beso de Judas, uno de los episodios más conocidos del ciclo narrativo de la Pasión de Cristo, finalizado con la Resurrección. La traición de Judas, manifestada a través de un beso en Getsemaní, inculpa a Jesús a cambio de 30 monedas, facilitando así su apresamiento y posterior crucifixión. Menos conocido, aunque ciertamente popular en la Edad Moderna, es el conocido como osculum infame, relacionado con la adoración al diablo. Durante la época de apogeo de la caza de brujas, entre los siglos XV y XVII, el osculum infame se consideraba un ritual realizado durante los aquelarres en el que las brujas besaban el ano del diablo, habitualmente representado bajo una forma monstruosa, motivo por el cual se recogió la representación de dicha escena en tratados de demonología como el Compendium Maleficarum de 1608.


Eros y Psique, Antonio Canova
Eros y Psique, Antonio Canova

La plasmación de las consecuencias trágicas de la pasión y el deseo también es otro tema habitual en las artes plásticas, normalmente con un objetivo moralizante. Ese es el caso de El beso, de Rodin. Esta escultura impresionista de 1889, a menudo utilizada popularmente como símbolo del amor, encierra una historia de traición, celos y muerte. La escena, que muestra una pareja desnuda besándose, está inspirada en un fragmento de la Divina Comedia de Dante Alighieri; en concreto, el poeta italiano utiliza a los protagonistas, Paolo Malatesta y Francesca de Rímini, como ejemplo de lujuria en la cántica del Infierno, representando el beso adúltero de ambos personajes, emparentados como cuñados. La doble traición es descubierta por Giovanni Malatesta, marido de Francesca y hermano de Paolo, quien los asesina. En la misma línea moralizante encontramos Psique reanimada por el beso del amor de Antonio Canova, conocida popularmente como Eros y Psique. En esta obra de 1793 el escultor neoclasicista recupera de las Metamorfosis de Apuleyo el mito clásico del Alma y el Amor, temporalmente separados a causa del mal proceder de ella que, advertida de la imposibilidad de ver a su amado, rompe con la prohibición para observarle a escondidas mientras duerme, provocándole una quemadura en el rostro con el aceite de la lámpara. El episodio provoca que Eros la abandone y ella acabe, tras vagar por el mundo en su búsqueda, en el Hades, donde caerá inconsciente tras inhalar el sueño estigio (vapor narcótico del infierno). Solo en ese momento, cuando la protagonista ha perdido la consciencia, Eros volverá a su lado para salvarla de la muerte con un beso de amor.


En definitiva, la utilización del beso en el arte no se limita a las representaciones clásicas del afecto o el amor, sino que se extiende a ámbitos opuestos como el funerario o el moralizante con el objeto de plasmar las bajas pasiones de los seres humanos y sus consecuencias e, incluso, al ámbito de lo simbólico o siniestro, caso de Los amantes de Magritte, cuya interpretación se ha relacionado a menudo con el episodio del suicidio de la madre del artista.

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