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  • Foto del escritorArantza Margolles

‘El hotel eléctrico’ de Segundo de Chomón (1908). El espectáculo de la luz


Es una historia hermosa de contar. Mucho antes de que llegara Buñuel, hubo otro turolense que hizo historia en el mundo del cine: Segundo de Chomón (1871-1929), quien, desplazado a Francia tras un breve paso por Barcelona, llegó a convertirse en pionero de los efectos especiales de la primera etapa del cine. Allí, como representante de la casa Pathé, experimentaría Chomón con el cine a color -o, mejor dicho, coloreado-; fue uno de los primeros, como veremos, en utilizar el stop motion, generando con ello toda una serie de películas protofantásticas que hace poco más de una década fueron recopiladas y reeditadas por la Filmoteca de Catalunya. De entre todas ellas destaca El hotel eléctrico, rodada en Londres en 1908, no solo por la maestría con que fue ejecutada sino también porque, aunque parezca mentira, ilustraba toda una realidad social.


stop motion, Segundo de Chomón
Una de las primeras secuencias en stop motion de la historia del cine

¿Y en qué consiste El hotel eléctrico? Pues en eso, precisamente. Una extravagante pareja (ella es Julienne Mathieu, la esposa de Chomón, cuyo verdadero rol, bien únicamente como actriz o como colaboradora técnica, en los filmes de su marido está actualmente en revisión) llega a un hotel donde todo funciona sin necesidad de más empleados que el que activa un proceso casi de ciencia ficción. Las maletas se desplazan solas, los elementos que contienen buscan su acomodo en los cajones de la habitación sin ayuda; los zapatos del huésped -también sus enormes patillas- se cepillan como por arte de magia y la larga melena de la mujer consigue ser trenzada sin la colaboración humana. Todo un espectáculo audiovisual, al menos para el público de 1908, que se hizo por el procedimiento del stop motion, por entonces una novedad en el mundo cinematográfico que Chomón haría llegar, con esta producción, a la casa Pathé.


Pero ¿cómo podría esta fantasía conectar con la realidad de aquellos años de la Belle Èpoque? Pues, en gran medida, por la enorme atracción que, para nuestros antepasados, por entonces, suponía la electricidad; y, en menor porcentaje, porque efectivamente sí que hubo hoteles eléctricos. Claro que los más prosaicos no nos llaman hoy en día mucho la atención. En tiempos en los que es habitual ver como reclamo para las fiestas locales el encendido de luz eléctrica, o el empleo de la misma en las kermesses de la feria, pero no tanto el uso cotidiano de la misma, sí. Refiere la publicación El Gorro Blanco, de 1910, la apertura del hotel Blackstone, en Chicago (Estados Unidos), que era “un verdadero hotel eléctrico” ya que parte de la maquinaria de su cocina lo era también, “para ahorrar trabajo a los cocineros y a los pinches”. “Hay ascensores eléctricos para las fuentes, fregaderos, mondadores de legumbres, batidores de masa, máquinas de sacar brillo a la plata, todo eléctrico”, y también el lavadero.


Mucho más aproximado al hotel eléctrico de Chomón, y casualmente abierto un año antes del estreno de la película, fue Villa Feria Electra, el sueño de un excéntrico inventor de Troyes llamado Gëorgia Knap (1866-1946). Era un hotel lleno de luz… eléctrica, claro: la había en el camino del portal a la casa y en las flores de tela que adornaban las habitaciones. Una máquina transportaba el desayuno a la cama al modo de un robot y la mesa del comedor giraba al mandado de la potencia eléctrica; tenía servicio de montacargas y el café y el té se calentaban sin necesidad de fuego. Llevado por el éxito de Villa Feria Electra, Knap llegaría a establecer también una Maison Electrique en París, concretamente en la esquina del boulevard des Italiens con rue Le Peletier, El (por otra parte, carísimo) hotel contaba con alfombras eléctricas que transportaban a los clientes sin necesidad de que estos anduviesen; las puertas eran eléctricas y las habitaciones tenían teléfono, luz, encendedores eléctricos y hasta vibradores de masaje (¡!). El invento, con todo, no le fue a la zaga a la cinta de Chomón. No ha permanecido en nuestra memoria y, al parecer, los inventos de Knap no cayeron del todo bien en una sociedad para la que la electricidad no pasaba de ser un mero entretenimiento. Y mírennos ahora, más de cien años después.

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